Hace unos días, las dos redes sociales principales, al menos en el mundo occidental, aplicaron medidas especiales a la cuentas de Donald Trump. Por un lado, Facebook suspendió su cuenta durante dos semanas, periodo faltante para concluir su mandato y dar inicio al gobierno de Joe Biden. Por el otro, tras una suspensión inicial de algunas horas, Twitter señaló que mantendría inactiva la cuenta de Trump de forma indefinida.
Propios y extraños opinaron al respecto. Tanto al interior de los Estados Unidos, como en otros países, no fueron pocas las personas externando su parecer sobre estas medidas. Mientras algunos estuvieron de acuerdo en incluso aplaudieron las decisiones de las plataformas, otros las repudiaron, calificándoles de censores.
Todos pueden opinar
Las redes sociales se han convertido en un medio a través del cual toda persona puede hacerse escuchar. Establecieron canales con los que se lograron mecánicas antes impensables, con las que es posible conectar en tan solo unos segundos a las masas con los líderes: ya sean artistas con sus fans, deportistas con sus aficionados, celebridades con sus simpatizantes, gobiernos con sus ciudadanos, o políticos con sus partidarios. Un instante es suficiente para comunicar un mensaje a millones.
La opinión de personas ordinarias suele estar libre de problemas, pues su alcance típico es insuficiente para provocar alguna situación de alto impacto, aunque excepcionalmente sucede. Sin embargo, las figuras públicas cuentan con una audiencia activa que se puede contar por millones de seguidores, siempre atentos a su actuar. En tales casos, los efectos de las redes sociales pueden incrementarse, no parando en operar como medios de opinión, sino convirtiéndose en instrumentos de influencia.
La masa
Elias Canetti estudió a la masa: esa agrupación numerosa de personas la cual adquiere un conjunto temporal de reglas y se comporta de forma distinta a como sus integrantes lo harían en lo individual, en parte debido al anonimato obtenido al actuar desde el interior de un grupo. Los insultos al árbitro en los estadios de fútbol son un ejemplo de las acciones de la masa.
La masa es una estructura humana peligrosa, desindividualizante y manipuladora. Cuando una persona se integra a ella, dejará de respetar sus propios límites y adoptará los criterios de acción colectivos; en algunos contextos, el no seguir los parámetros de conducta de la masa puede implicar consecuencias negativas para los individuos que la integran. El asalto al Capitolio en Washington, es otro ejemplo del actuar de la masa.
Sucede que, al parecer, Twitter y las masas pueden resultar en combinaciones no del todo favorables.
Interés público
Los derechos no so todos iguales. Hay derechos elementales, los cuales en caso de contraponerse con otros más específicos, deberían prevalecer, modificando o suprimiendo aquellos incompatibles. Las personas pueden ejercer su derecho a la libertad de expresión sin mayor reserva; sin embargo, al insultar a otros debido al uso inapropiado de tal recurso, los agraviados podrían requerir al ofensor que delimite el uso de su derecho a expresarse, pues en el proceso está transgrediendo el derecho a la integridad moral de los ofendidos. Los derechos también pueden estar sujetos a condiciones especiales. Cualquier persona puede ejercer su derecho al libre tránsito sin ser molestada, pero en el caso de presentarse circunstancias extraordinarias que den lugar al establecimiento de un toque de queda, por ejemplo, las personas verán modificado o suspendido su derecho a circular libremente.
La existencia de los derechos no está en duda, aunque posiblemente quepa recordar que los derechos universales no son del todo universales, y que incluso los derechos más fundamentales están sujetos a ser modificados o suprimidos. Tal es el caso de un preso purgando condena cuyo derecho a la libertad ha sido suspendido, o un sentenciado a muerte a quien, tecnicismos aparte, se le ha revocado su derecho a la vida, o de la ciudadanía alemana, restringida del uso de imágenes nazis, que desde alguna óptica se entendería como una democión de su derecho de libre expresión.
Propiedad privada
Twitter es un negocio. Uno grande, por cierto. Twitter tiene dueños e inversionistas, y no es desde ninguna perspectiva una herramienta pública: es una empresa tan privada como lo es Coca-Cola. Y ya que mencionamos a la refresquera, recordemos algunas de sus prácticas comerciales más burbujeantes. Coca-Cola podía negar la venta de sus productos a algún establecimiento por considerarlo incompatible con sus intereses. También ha elaborado acuerdos en los que condicionaba el suministro de sus productos a los establecimientos, prohibiéndoles la venta de productos de PepsiCo. Cuando comenzaron a surgir algunos problemas en ciertas regiones debido a este incentivador comercial, recurrió a nuevas estrategias, ofreciendo equipos de refrigeración o dispensadores de bebidas mezcladoras de concentrados cuyo uso prohibía para productos de marcas distintas a las suyas. Algunas de las tácticas más recientes pueden incluir subsidios casi totales de sus productos en ciertos establecimientos, como cines, para evitar así la entrada de la competencia, pues para sus estrategias es preferible regalar el producto y estar presentes, a conservarlo y permanecer ausentes. En lo personal, nunca he visto a la opinión pública apresurándose a compartir su punto de vista al respecto: entienden que Coca-Cola es una empresa privada, y como tal, dueña de sus propias decisiones.
Ahora bien, ante el público, Twitter parece ser conceptualmente distinto. Posiblemente el simple hecho de que todos contemos con una cuenta en esa plataforma, nos haga sentir más próximos al tema. Pero no es así. Twitter no pertenece a los usuarios, ni tampoco a los gobiernos.
NRDA
Hoy sería algo irrespetuoso escribir estas siglas a la entrada de un establecimiento. De hecho, en la mayor parte de sitios sería incluso ilegal. “Nos reservamos el derecho de admisión” era una inscripción casi garantizada, discretamente escrita en las puertas y vestíbulos de bares y restaurantes. Básicamente advertía a los consumidores que se les podía negar el servicio. Hoy, en cambio, es frecuente encontrar letreros en los establecimientos indicando que allí no se discrimina a nadie. Los tiempos cambian.
Posiblemente la única medida con la que cuentan los establecimientos para hacer frente a los problemas de conducta de los clientes, sea estableciendo reglamentos. Los reglamentos de las redes sociales pueden ser largos y oscuros, incluso ambiguos, pero de alguna forma establecen, bajo términos más elegantes, que los usuarios mal portados podrían ser castigados. Y como el bien y el mal pueden ser conceptos relativos, existe amplia holgura en lo que puede caber en el concepto de mala conducta.
Uniendo todos los puntos
Al igual que Trump, yo nunca he pagado nada por hacer uso de Twitter. Eso implica que Twitter, de hecho, no me debe nada. Si Twitter cancelara mi cuenta en este momento sin ninguna razón aparente, podría causarme molestia, pero al menos en términos mercantiles no habría un derecho pagado que lo dificultara. Me cuesta trabajo entender los derechos de un usuario a utilizar algo que no le pertenece y por lo que no paga, pudiendo incluso llegar a presentar exigencias. Y me cuesta más que otros, defiendan los derechos de terceros a utilizar algo que no le pertenece a ninguno de ellos y por lo que no pagan, pudiendo incluso llegar a presentar exigencias. De hecho, más que un derecho, me parecería una práctica ilegal, pero como no soy abogado, me limitaré a calificarlo como alejado del sentido común y posiblemente contrario a las bases morales.
La cuenta de Trump, empero, no fue cancelada sin motivo. Durante meses, incluso antes de las elecciones presidenciales, se encargó de sembrar la idea de fraude, instando a sus seguidores a levantar la voz y negándose a aceptar un resultado que le era adverso. Llegó el momento en el cual Trump no solicitó a sus simpatizantes tan solo su voz, sino requirió su presencia. Poco después, sus acciones. Entonces, una turba irrumpió violentamente en el Capitolio de Washington, y hoy hay cinco muertos.
Las muertes no se desarrollaron instantáneamente. Fueron cultivadas y cuidadas durante semanas de abundantes expresiones, usualmente emitidas a través de Twitter, con las cuales Trump mantenía y avivaba entre su base, la llama apasionada de una realidad frenética que él fabricaba y sus seguidores consumían. Las muertes se concretaron el 6 de enero, pero se confeccionaron desde antes, poco a poco, con cada tweet, a lo lago de semanas. Fueron cinco muertes las cuales, sin lugar a dudas, no hubieran ocurrido si Donald Trump no hubiera tenido una cuenta en Twitter.
Seguramente, las amplias distancias entre líneas en los reglamentos de Twitter podrán hallar el espacio necesario para contener los efectos de sus comunicados y traducirlos en argumentos suficientes para cerrar su cuenta. Twitter, de hecho, debería estar avergonzado por no haberlo hecho antes, ya que su omisión permitió a Trump sembrar odio y ofender a millones de personas, incluso a países enteros, a lo largo de más de cuatro años de constante abuso.
Si Coca-Cola decidiera regalarme sus productos, sería libre de aceptarlos o no, pero ello no me habilitará para exigirlos en caso de que más tarde, retirara el beneficio y no continuara facilitándomelos. Todos entenderíamos que Coca-Cola es una empresa, y como tal puede hacer lo que le resulte más conveniente, siempre que no esté prohibido. Twitter no es tan diferente. Tan solo el más visible. Al igual que Trump. Al igual que sus seguidores.
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